Llegó sonriente, divertida, a LA GACETA. Caminó despacio por la Redacción, acariciando el lomo de los respaldos de cada silla, con los “ojos” de sus dedos. Se sentó dispuesta a responder cualquier pregunta. Porque todo interrogante acerca del progreso de Tucumán la remite a la educación.
Si no fuera por su madre y por su maestra integradora, Lucía Costilla piensa que jamás hubiera podido terminar el secundario. Está agradecida del colegio que la acogió, en Alderetes, pero cree que la escuela en general debe preparar más a sus docentes para enseñar a las personas con discapacidad. Cree en el poder nivelador de la educación, que no sólo hace ascender a las clases sociales sino también a los que deben lidiar con desventajas físicas. Lucía perdió la visión a los tres meses de vida, después de muchos días en la incubadora.
No tener la función de sus ojos no le impidió a Lucía estudiar, aprender y ser una de las mejores alumnas, por eso llevó la bandera. Su esfuerzo no sólo consistió en estudiar como los demás pero sin poder ver los libros. También tuvo que luchar con la incomprensión de algunos docentes, como aquella profesora de Geografía de 4° año, que se negaba a modificar su clase apenas un poquito para poder enseñarle a una chica no vidente el lugar de los países en un mapa. “Mi maestra integradora intentaba explicarle a la docente de qué manera se puede intervenir los mapas para que yo pudiera entender, pero la profesora se cerraba, no quería escuchar”, recuerda con tristeza.
Lucía caminaba del brazo de su compañera. De lejos la seguía su papá. Él se acercó con los ojos llenos de lágrimas y le dijo a la periodista: “gracias por reconocer el esfuerzo de mi hija. No sabe lo que ella significa para nuestra familia. ¡Es nuestro orgullo! Su madre siempre la acompañó en todo, a pesar de que tiene otros seis hijos”. Lucía está decidida. Quiere ser una buena abogada para servir a la sociedad.